Páginas

viernes, 20 de marzo de 2015

DE MAL GUSTO





La mayoría de quienes utilizan críticamente ésta expresión se considera así misma gente de buen gusto y algunos  más desacertados, gente culta.
En realidad “de mal gusto” es una locución ajena al uso culto de la lengua, nace del disgusto y aplicada en su forma popular española original, quienes la utilicen hoy deberían decir, por ejemplo: “Aquí, frente a ésta foto de Nisman estoy de mal gusto”. Porque estar de mal gusto no es publicar una foto sino mirarla y es común que quienes se consideran gente de buen gusto no sepan nada del idioma que emplean.
La estética de clase que prodiga todo aquello que el dinero facilita, no es bella ni culta.
Tener buen gusto significa saber apreciar la belleza en el entendimiento universal de la belleza, lo que involucra cierta generosidad analítica de la inteligencia. 
Siendo esa belleza que define nuestro buen gusto de relatividad absoluta, solamente un esteta platónico se arriesgaría a clasificarla de otra manera, sea como la proporción sublime de lo natural o de lo espiritual. Hay quienes le ponen nombre a la proporción de la belleza - Clásica,  Aurea o Divina- cosa que en éste caso no tiene mayor significación.

Considerando las cosas que los argentinos nos vemos obligados a absorber como esponjas en tiempos tan cortos, a partir de imposiciones políticas o de operaciones  de prensa, es conveniente ponerse a pensar  cuáles de todas esas cuestiones  nos ponen “de mal gusto”.

A mi me ponen de mal gusto la morbosidad pública y la glorificación o ejecución mediática
Me ponen de mal gusto la levedad y la violencia de la acusación falaz.             
Me pone de mal gusto la imposición corporativa (En general, me ponen de mal gusto todas las corporaciones y ese espíritu de cuerpo policíaco que las deshumaniza). 
Me ponen de mal gusto los chismes, cotilleos, bulos, embustes y chismorreos virtuales que infectan la razón y la posible comprensión de  acontecimientos importantes. 
Me pone de mal gusto la interpretación desde la ignorancia que nace de una construcción insolente de la opinión pública. 
Me ponen de mal gusto la vacuidad y beligerancia de las consignas, las afirmaciones sin sustento de veracidad, la desinformación planificada, el discurso múltiple, la ambigüedad moral, el cinismo.

En particular me ponen de muy mal gusto las autopsias. Una autopsia pública es un acto de terrorismo y a mi me pone de mal gusto el uso del terror. 
Me ponen de mal gusto los cadáveres expuestos a los ojos del mundo. Los cadáveres públicos son para marcarle la cancha al sentido común. Siempre se intenta con ellos trazar una línea que separe a los buenos de los malos, con lo cual su utilización debiera ser excepcional y universal, como para abrir los ojos de la humanidad ante un holocausto; pero me pone de muy mal gusto que todos los cadáveres del mundo asuman semejante responsabilidad histórica.

Me ponen de muy mal gusto los dedos rígidos de los muertos; la fluctuaciones de la rigidez cadavérica; la visualización de los sangrados agónicos; la idea de los ángulos con que penetran las balas en un cerebro; las distancias de los disparos mortales; las reconstrucciones de las agonías, los movimientos de los moribundos, la manipulación de los cuerpos, las puertas que se traban con un cadáver desde afuera o se cierran solas ante el peso de un cuerpo sin vida que en el último acto vital se recostó hacia atrás.

Todo ésto que dejó de ser exclusivo de los guiones policíaco- procesales de  NCIS, o de la Unidad de Víctimas Especiales de Law & Order para ocupar nuestro hogar todo el día, me pone de mal gusto.

Hecho público lo que debiera ser parte de un archivo judicial en proceso de investigación para certificar la realidad de los hechos, el mal gusto es de quienes tiraron el cadáver a la calle y lo fueron exponiendo en cada esquina con absoluta impunidad y vergonzoso empecinamiento. Y una vez publicitada la intimidad de una persona fallecida, como si fuese una estrella del rock a la que tantas actitudes de pésimo gusto han expuesto a la barbarie de la intemperie, que se le asigne el mal gusto a la intemperie es una canallada.
Transcurridos dos meses en los que el muerto fue sacado de paseo por sus allegados más íntimos y luego convertido en  figurita de colección pornoshop en las redes sociales, el buen gusto y el honor, si los hubiere, carecen de importancia.

Ya sabemos, porque nos contaron sin haber preguntado, que en  vida el muerto fue capaz de poner de mal gusto a cualquier persona con sentido común.
Nos dieron el derecho de juzgar, banalizaron la justicia desde el mismísimo Poder Judicial y ahora cualquiera puede opinar sobre qué cosas lo ponen de mal gusto. 
Por ejemplo: que ir de putas a Cancún es de mal gusto; que solamente ir a Cancún es de tan mal gusto como ir a Miami. Que divertirse en esos lugares es una actividad que le encanta realizar a gente de muy mal gusto y con mucho dinero fácil. Que inyectarse botox en las mejillas es de pésimo gusto; pagar prostitutas y fotografiarse en la promiscuidad, gastar la plata del Estado en beneficio propio, abrir cuentas con testaferros, emplear ñoquis, ejercer abuso de poder con los empleados, tener amigos mafiosos, responder a espías fascistas, utilizar peritos apócrifos, grabar la intimidad de los representantes del pueblo, obedecer instrucciones foráneas para conspirar, hacer contrabando de artículos electrónicos, mentir, prejuzgar y fraguar documentación por dinero para gastar en prostitución - en un VIP o en un baldío de Constitución, es exactamente lo mismo- constituyen una perfecta apología del mal gusto. 
Si todo esto se validara con alguna certeza de verificación, entonces, no seamos cínicos y convengamos que éste muerto en particular (cuyo asesinato habrá que comprobar y llegado el caso castigar con la Ley a quien corresponda), fue en vida el campeón argentino del mal gusto. 

¿En qué parte de toda esta historia se puede apelar al buen gusto para apreciar la belleza?  A aquellos que actúan interpretando la indignación y que se ven a si mismos como gente de buen gusto, les informo que mostraron demasiado la hilacha.
A esa clase que perdió el poco encanto de que disponía por dejarse llevar, con la misma ligereza que le asignan despectivamente a las masas populares, les aviso que el paraguas no evita las propias salpicaduras y que el alma no se puede tapar con papelitos.
A aquellos que pedían a gritos un magnicidio para enjuagar las culpas; a aquellos que la sevicia condujo al desprecio y creen que inocuo es lo mismo que inicuo, les advierto que están siendo salvajes con su propia descendencia.
Entonces, cuando hablan de mal gusto les informo: estoy convencido, por exceso de evidencia, que estar ante ustedes me pone de mal gusto porque, aunque no lo puedan creer,  son gente de cuarta.

JP


No hay comentarios: