Pirulines
Tuve un sueño.
Los datos de lo que ocurrió no son inciertos y los puedo apilar en un relato
minucioso, pero entonces resultarían inverosímiles. En un paisaje que cumplía
cabalmente con la estética desamparada de los sueños había una línea recta.
Podríamos decir que no era tan recta, ya que se dibujaba sobre la superficie
del mundo y entonces debería ser una línea cóncava, o un arco de circunferencia,
pero desde mi punto de situación era una línea recta como un surco tallado en
la arena. Parado en ese suelo resultaba agradable pensar que en la arena se
cultiva el arte de perder el tiempo. Lejos de la línea se distinguían ciudades
monocromáticas sobre el horizonte, eran como vibraciones. Podían ser solamente
artimañas de la razón pero enseguida recordé que en los sueños no hay razones.
Entre la línea
y las ciudades se reunían todos mis enemigos y me miraban ansiosos. Los niños
seguían gritándose en sus juegos como todos los niños, ajenos al drama.
Allí, en ese
páramo desnudo bajo el cielo negro y silencioso, conciente de la redondez y del
movimiento de los astros, separado de todos mis enemigos por una simple línea,
solo me faltaba encontrarme con la muerte y despertar.
Se levantó la
brisa de la tarde; la apacible lentitud del tiempo me devolvió todo aquello que
vieron mis ojos por primera vez, las luces y las sombras del deseo.
Apenas nacemos,
sin ningún enemigo al acecho, se instala en nosotros un paisaje inexorable que
vuelve a postularse en cada sueño; y en los sueños el tiempo permanece detenido
hasta que ocurre algo.
Entonces cayó
un rayo - mejor dicho nació de la tierra un rayo transparente que en el punto
de nacimiento revolvió un poco la arena seca y ascendió al cielo a la velocidad
de la luz - pero en cámara lenta, lo cual me permitió entender que no cayó sino
que se alzó, como una señal fundamentalista, como una esperanza digna, como una
antorcha olímpica. Entonces pensé que lo que un sueño gana en espectacularidad
lo pierde en encanto.
Sentí el
sacudón; la chispa me cerró los ojos pero enseguida logré alzar los párpados y
había círculos verdes y rojos esparcidos alrededor volando conmigo en formación. Mi cuerpo
viajaba hacia las nubes colgado como una marioneta y un aire suave me revolvía
las cejas.
Todos mis enemigos estaban del otro lado de la línea mirando hacia
arriba; me veían desaparecer. Sus cabezas ascendían hacia mí como en una
coreografía de danza conteporánea. Alcancé a distinguir la sorpresa y la
angustia en sus miradas.
Inmediatamente una conmoción hizo girar toda la masa de mis
enemigos sobre si misma. Con otra percepción de la realidad que no llegué a
interpretar, pude ver que señalaban a alguien
entre la muchedumbre. Entonces lo aferraban firmemente, tomaban envión y lo arrojaban
hacia el otro lado de la línea de arena, al mismo sitio que yo acababa de
abandonar a lomo de mi rayo insignia. Recién cuando instalaron a su nuevo enemigo dejaron
de mirarme.
Algunos elegidos logran hallar una muerte de su agrado, morir a
gusto, en las montañas, en los mares fantásticos, al pié de paisajes
imponentes, solos, a la sombra de sus fantasías más lúdicas y después de poner
en orden todos los asuntos de la vida.
Yo estaba celebrando por el aire la suerte de tener estas
cuestiones vitales en mi mente cuando alguien pasó a mi lado pregonando en
capicúa y desperté tirado en la playa,
convencido que es la historia la que interrumpe los destinos, que el vértigo impuesto
es inmoral, que en el abismo lo importante es amarrarse a las raíces y que los
poetas están todos locos.
Recostado contra el bochín y rodeado de tejos, rojos y verdes, se escuchaba
con ascendente claridad - Lloren chicos lloren - que repetía una voz amenazante
de tenorino alcohólico, ofreciendo pirulines.
jp
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