Fabricar santos
La mayoría que decide fabricar santos, tal vez solo quiere
ganarse el cielo. No importa con qué estética los saquemos vestidos a la calle.
Unos no la tienen, otros ni se la imaginan. Algunos fabricantes lucen con
cinismo tanta elasticidad moral que se permiten establecer distancias éticas y después proceden a salvarlas con un consumo
irónico. En esto, nuestros santos se parecen a la cumbia y a los suecos de corcho.
Lo que a mi me preocupa es la facilidad con que nos abocamos a desplegar tal fantástica energía, casi una energía brutal, para fabricar santos en serie, como lavarropas.
Algunos de los últimos modelos argentinos salidos de nuestra inhóspita línea de producción construyen un recorrido turístico por nuestra peor inconsistencia.
Lo que a mi me preocupa es la facilidad con que nos abocamos a desplegar tal fantástica energía, casi una energía brutal, para fabricar santos en serie, como lavarropas.
Algunos de los últimos modelos argentinos salidos de nuestra inhóspita línea de producción construyen un recorrido turístico por nuestra peor inconsistencia.
Ahora se me ocurren tres, de ésta última horneada:
-Un religioso que siguiendo el camino del Señor llegó a lo más
alto de su profesión.
-Un futbolista que corrió para atrás y les ganó la pelota a un
alemán y a un holandés.
-Una estrella pop a quien la muerte le jugó una gambeta perversa durante cuatro años.
Pero hay más, vivos y muertos: Una artista de bailanta muerta en
colectivo, un modisto de estrellas, un locutor gay suicida, dos, tres, cinco músicos
y cantantes, tres, cuatro jugadores, la hija de una esposa de un productor famoso, un chocolatero
iracundo y tantos otros. En su gran mayoría buena gente sin duda, pero esto no califica para sus santeros.
Reconozco que me altera un poco el hecho de que los santos que
fabricamos carezcan del Certificado de Garantía y luzcan fallas groseras de fabricación.
Para fabricar santos, montarlos, y largarlos a la calle existe una
actividad marginal, individual, patológica; y nos salen así, únicos y subjetivos
como una artesanía. Mas que una fábrica, lo que tenemos es una verdadera
Saladita del Alma.
Los santos se construyen en los galpones clandestinos de nuestra
desesperación, en el cuartito del fondo de las orfandades o en el garage donde
habitan una computadora y nuestro instinto de supervivencia.
El secreto de su popularidad es que andamos muy escasos de Santos auténticos y geniales, de esos que hacen
milagros de verdad o te revuelven las entrañas o conducen a sus pueblos por los
caminos mas difíciles.
Esos Santos son complicados, a veces molestos y contestatarios; te
llenan el coco de cosas importantes, son capaces de contagiarte hasta el sacrificio
y tienen una cantidad deprimente de “no
me gusta” para repartir a los cuatro vientos, motivos mas que suficiente para
que la hagamos fácil.
Los tres modelos recientes ya citados, parece que no funcionan:
-El que encabeza la
Institución dos veces milenaria mas grande del Universo, a
pesar de su denominación de origen, aún no logró terminar con la pobreza en
ninguna parte del mundo.
-El jugador no hace goles, tal vez porque está dedicado a evitar que
otros los hagan, y desplazó por un instante a otro santo que hace goles. Su función es salir campeones pero no les suele funcionar.
(Me salió casi “no
les funciona la función”, un pleonasmo genial - queda)
-La estrella pop es una estrella pop (anáfora imprescindible), bailable, poderosa en la
discoteca y en el estadio; ligera de una ligereza tan contundente …(un filósofo
Nac&Pop lo calificaría como boleadora de merengue)…que es ideal para acortar
viajes y levantarse a alguien. No funciona mejor que el amor, simplemente ayudó
a muchos adolescentes a pasarla bien, o mejor, depende.
Nuestros santos cotidianos se popularizan como la gripe, por el
aire; y te los sacan de las manos. Después viene el merchandising santísimo que
no perdona ni al Ché Guevara. Nadie se merece nuestra mejor hipocresía, ni
siquiera Gardel.
Asqueados del culto al individuo y de brindar las últimas gotas de
nuestro sudor patrio, nos preguntamos “seriamente” quién nació primero: ¿el
huevo, la gallina o Federico Moura?. Esta distracción es una resultante bastante
hipócrita; demasiado común en quienes salvan la estética con el consumo, porque
todos sabemos, sin ninguna duda, que el primero en nacer fue el manager.
El Diseñador, el Asesor, el Publicista, el Representante, el Sello
Editor, el Mercader de Venecia, el Ministerio de Comunicación del Vaticano, la FIFA , la Corpo Mediática , la Agencia de Publicidad, la Odeón, La Crítica y las Chicas Rubias de
New York, todos vienen, antes o después del talento, a pasarnos la gorra.
Cuando somos vulnerables y no nos conformamos con disfrutar del mérito ajeno,
lo queremos afanar, rotular, guardarlo
en una cajita con la foto de la vieja para no tener que pegarnos una patada en
el culo de nuestra propia intrascendencia. Pero tenemos tan poco que, reconocernos en este desecho del sentido común,
nos dejaría sin nada.
Entonces ya no serían nuestros santos esas divinidades hechas a
mano con todo nuestro amor y se convertirían en una saga generacional, en una remake
desprolija de todos los santos de otros; es nuestro destino de embalsamadores.
Creo que sería mejor disfrutarlos que padecerlos para recuperar la
autoestima.
Nos negamos a reconocernos mediocres (Tal como solemos ser) y nos enchufamos
a una zapatilla con transformador para vivir felices con “esta carita de
felices”, en un viaje solitario de ida junto a todos nuestros muertos (o vivos) pero
santos.
Hay una Ley de Gravedad, un Princiupio de Acción y Reacción, una
Ley del Equilibrio y una Teoría Absoluta de las Compensaciones que, si fueran
aplicables a esta sociedad,
pondrían todo en su lugar de una manera salvaje; porque con la exagerada
santificación estamos promoviendo una equitativa demonización.
Todo Santo tiene su Impío, la pureza su
impureza; frente a los Salvados están los Condenados, Oprimidos y Opresores, el
Bien y el Mal, Borges y Cortazar, el me gusta todo y el no me gusta nada.
Con nuestra estúpida fe en la obsecuencia pública, estamos
expandiendo el equilibrio al límite, como si aceleráramos los electrones hasta
hacerlos tropezar y entonces - me verás volar
entre la mierda- sonaría delicioso.
Debiéramos aprender a disfrutar en vida a los individuos
meritorios sin esperar agazapados en la caverna el
momento glorioso de someterlos con nuestro acto de tanatología berreta.
jp
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